LOS NIÑOS QUE LA GUERRA NOS QUIERE ARREBATAR: UN LLAMADO A LA CONCIENCIA Y LA ACCIÓN

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de alzar la voz, de actuar, de convertirnos en guardianes de nuestra niñez. No dejemos que más niños sean arrebatados de sus hogares. No permitamos que más madres lloren en silencio. Cada niño que salvamos del reclutamiento es una victoria para la paz y un paso más hacia la Colombia que todos soñamos.

mesa metropolitana regional de derechos humanos

Por Elimel Luna Lizarazo

Quiero hablarles hoy de Carlitos. Un niño de 14 años de una de las veredas de Antioquia. Carlitos soñaba con ser maestro, con enseñar a los más pequeños de su comunidad a leer y escribir. Su madre, doña Marta, siempre le decía que la educación era su camino para escapar de la pobreza y la violencia que los rodeaba. Pero la guerra no conoce de sueños.

Un día, hombres armados irrumpieron en el pueblo. No hubo opción. Carlitos fue arrancado de su hogar y llevado a la selva. Allí, le dieron un arma y le dijeron que ahora era un guerrero. Pero Carlitos nunca quiso ser un combatiente. Nunca quiso aprender a matar. Una noche, con el corazón latiendo a mil, intentó escapar. Pero la esperanza no fue suficiente. Lo encontraron antes del amanecer. “El que huye, muere”, le dijeron. Y así, Carlitos, con apenas 14 años, fue fusilado lejos de su hogar, lejos del amor de su familia.

La noticia llegó a la vereda semanas después. Su madre cayó de rodillas, su padre lloró en silencio, su hermano menor dejó de jugar. La familia entera se quebró. Doña Marta aún deja encendida una vela cada noche, esperando que su hijo, de alguna manera, encuentre el camino de regreso a casa, aunque ella sabe que eso no pasará.

La de Carlitos, es la historia de cientos de niños en nuestro territorio que han sido víctimas del reclutamiento forzado. Niños y niñas que, como él, soñaban con un futuro mejor, pero fueron atrapados en las redes del conflicto. Antioquia, nuestro departamento, ha sido testigo del dolor de muchas familias que han visto partir a sus hijos sin poder detener la mano cruel de la guerra. Algunos soñaban con ser médicos y salvar vidas, otros querían ser músicos y llenar de melodías cada rincón de su pueblo. Había quienes anhelaban construir, enseñar, sanar, innovar. Pero esos sueños fueron reemplazados por órdenes, por armas, por una vida que no eligieron. No les permitieron crecer, aprender, jugar, vivir. Y lo más doloroso, es que sus familias quedaron con un vacío irreparable, con preguntas sin respuesta, con un dolor que nunca termina.

Por eso estamos aquí hoy. Nos reunimos con un propósito que nos une, que nos duele y que nos compromete: proteger a nuestros niños, niñas y adolescentes de una de las más crueles violaciones a sus derechos, el reclutamiento forzado en el marco del conflicto armado que ha golpeado a nuestro país, Colombia, durante décadas. Cada mano roja que levantamos hoy es un grito de resistencia, una promesa de que no nos quedaremos en silencio mientras nuestros niños son arrancados de sus hogares, de sus sueños y de su infancia.

Y aquí es donde la familia se levanta como el primer bastión, como la muralla que puede resistir los embates de la violencia. Pero también debemos reconocer que la familia, aunque fundamental, es frágil. No siempre cuenta con las herramientas, los recursos o el apoyo necesario para proteger a sus hijos de las amenazas externas. Por eso, es nuestra responsabilidad como sociedad no solo es fortalecerla, sino también acompañarla, orientarla y protegerla. Una familia fortalecida es una muralla firme

contra la guerra, pero una familia abandonada a su suerte puede quebrarse y dejar a los niños expuestos al peligro.

Como sociedad, tenemos la responsabilidad de actuar, y cada uno de nosotros desempeña un papel clave en esta causa. A los padres y madres, les digo: escuchen a sus hijos, háganlos sentirse seguros, abrácenlos con fuerza y demuéstrenles cada día cuánto valen. A las escuelas, a las comunidades, a las iglesias y a las organizaciones, les pido que no abandonemos a las familias en esta tarea. Brindemos apoyo, generemos espacios de diálogo, construyamos redes de protección. Seamos una voz de aliento, un faro de esperanza, un refugio para quienes más lo necesitan. Solo juntos podremos levantar un muro infranqueable contra la violencia que amenaza la niñez de nuestro país.

Hoy levantamos nuestras manos rojas como símbolo de resistencia y compromiso. Que no sean solo una imagen, sino una acción. Que cada una de ellas nos recuerde que la guerra no tiene derecho sobre nuestros niños. Que sus manos no deben sostener armas, sino libros, juguetes, sueños.

Finalmente, imaginemos que es nuestro hijo el que no regresa a casa, que es nuestra hija la que hoy duerme en un campamento lejos de su familia. Sintamos el vacío de un hogar donde las risas se han apagado, el peso de una silla vacía en la mesa. Pensemos en el abrazo que no volverá, en los sueños que quedaron truncados. ¿Vamos a seguir permitiendo que más familias vivan este dolor?

Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de alzar la voz, de actuar, de convertirnos en guardianes de nuestra niñez. No dejemos que más niños sean arrebatados de sus hogares. No permitamos que más madres lloren en silencio. Cada niño que salvamos del reclutamiento es una victoria para la paz y un paso más hacia la Colombia que todos soñamos.

Sigamos luchando juntos. Sigamos protegiéndolos juntos.

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