EL ATRIBUTO DIVINO DE CREAR VIDA 2.0.

Derechos Humanos, ciencia y teología

El cuerpo humano es una obra maestra de la creación, una estructura compleja, armoniosa y funcional que combina elementos materiales y funciones vitales en un equilibrio casi perfecto. En datos concretos, el cuerpo humano es un sistema extraordinario compuesto por: 37 billones de células organizadas en 200 tipos distintos.

Con órganos como:

-La piel, que contiene 100 mil millones de células.

-El cerebro, que alberga 100 mil millones de neuronas capaces de procesar hasta 60,000 pensamientos diarios.

-La retina permite distinguir 10 millones de colores gracias a sus 127 millones de células especializadas.

En cuanto al sistema circulatorio con:

-30 billones de glóbulos rojos.

-42 mil millones de vasos sanguíneos que transportan 6 litros de sangre, equivalente al 10% del peso corporal.

El cuerpo:

-Respira unas 23,040 veces al día.

-El corazón late alrededor de 115,200 veces.

 -Produce suficiente saliva a lo largo de la vida como para llenar dos piscinas.

Esta intrincada red de 640 músculos, 360 articulaciones y 206 huesos es un testimonio de la complejidad y precisión de la biología humana.

Entre los aspectos más fascinantes de esta composición están los huesos y las células, dos pilares esenciales que representan la complejidad sistémica de la vida humana. Mientras los huesos proporcionan la estructura física y el soporte mecánico que permite el movimiento y la protección de órganos vitales, las células, unidades fundamentales de la vida, operan como una red de sistemas interconectados que sostienen cada función biológica. En conjunto, huesos y células forman un testimonio elocuente de la asombrosa ingeniería biológica que caracteriza al ser humano.

Los huesos son mucho más que elementos rígidos del cuerpo. Funcionan como un sistema vivo que crece, se adapta y cumple múltiples roles esenciales para la supervivencia. El esqueleto humano consta de 206 huesos que, además de proporcionar soporte estructural, tienen una serie de funciones vitales.

Si los huesos son los cimientos de la estructura humana, las células son las unidades fundamentales que sostienen la vida misma. Cada célula es un microcosmos en sí misma, una fábrica autónoma capaz de procesar energía, sintetizar proteínas y replicarse para asegurar la continuidad de los tejidos. En el cuerpo humano hay aproximadamente 37 billones de células, organizadas en sistemas interconectados que desempeñan funciones específicas, desde el transporte de oxígeno por los glóbulos rojos hasta la transmisión de señales eléctricas en las neuronas.

A pesar de sus diminutas dimensiones, las células funcionan como parte de un sistema integral que depende de la interacción con otras células y tejidos. Esto ilustra una interdependencia sofisticada que subraya la complejidad sistémica del cuerpo humano.

Además, los huesos dependen de la acción de otras células presentes en la médula ósea, que producen las células sanguíneas necesarias para el transporte de oxígeno y la respuesta inmunitaria. Esta interacción pone de manifiesto que el cuerpo humano no es una simple colección de partes independientes, sino un sistema integrado donde cada componente cumple un rol indispensable para el funcionamiento del todo.

La inmensa complejidad del cuerpo humano, visible en la composición y función de huesos y células, plantea preguntas fundamentales sobre el origen y propósito de la vida. ¿Es posible que un sistema tan perfectamente integrado haya surgido por puro azar? La precisión con la que cada célula, tejido y órgano trabaja en sincronía sugiere un diseño subyacente que trasciende las capacidades humanas de comprensión.

El ser humano, a través de la historia,  ha buscado respuestas a los misterios que rodean su existencia, entre ellos, el enigma de la vida misma. Las ciencias naturales, en colaboración con la tecnología, han dado pasos asombrosos en el intento de desentrañar los secretos de la vida. Experimentos como la creación de un ADN artificial funcional han demostrado que la humanidad puede manipular y recrear, hasta cierto punto, estructuras biológicas que imitan las naturales. Sin embargo, aunque estos avances son impresionantes, existe un límite insuperable que separa el ámbito humano del divino: la capacidad de crear vida. Esta es, y siempre será, un atributo privativo de Dios.

La ciencia, con su admirable búsqueda del conocimiento, ha producido avances que hace unas décadas se considerarían propios de la ficción. La síntesis de ADN artificial, que puede operar como uno natural, es un logro sin precedentes, pero su alcance está delimitado por barreras que la ciencia misma reconoce. No se ha creado vida, ni células artificiales capaces de emerger desde cero. Lo que se ha logrado es, en esencia, una manipulación de las estructuras existentes, un ensamblaje guiado por la inteligencia humana a partir de los componentes básicos que ya existen en la naturaleza.

La creación de una célula viva autónoma, capaz de reproducirse y perpetuar su existencia, sigue siendo un desafío colosal. Este desafío, más allá de ser técnico, parece marcar un límite trascendental: la vida, entendida como el misterio profundo que combina materia y espíritu, no es algo que pueda ser producido por la mano humana. Esta imposibilidad científica apunta hacia una realidad filosófica y teológica más profunda: la creación de vida es un atributo exclusivo de Dios.

La vida humana, al igual que toda forma de vida, no puede ser reducida a una mera combinación de moléculas, reacciones químicas o procesos biológicos. En la tradición teológica, especialmente en el cristianismo, la vida es un don divino, un acto creador en el cual Dios insufla alma y propósito a la materia. Esto va más allá de cualquier intento humano de manipulación biológica. Crear vida no es únicamente generar un organismo funcional, sino también conferirle un sentido y una trascendencia que solo Dios puede otorgar.

En el relato bíblico del Génesis, se nos narra cómo Dios formó al ser humano del polvo de la tierra y sopló en su nariz el aliento de vida (Génesis 2:7). Este acto divino ilustra que la vida no es simplemente una propiedad de la materia organizada, sino que emana directamente de Dios, quien posee la capacidad única de otorgar no solo existencia, sino también alma y dignidad. Por esta razón, ningún avance tecnológico podrá nunca replicar la esencia de la vida, pues esta no se origina en lo material, sino en lo espiritual.

La búsqueda científica, lejos de contradecir esta visión, confirma en muchos aspectos la grandeza del Creador. Cada descubrimiento revela la complejidad, la belleza y el orden inherente al universo, un orden que trasciende la comprensión humana y apunta hacia una inteligencia superior. En su intento de desentrañar los secretos de la vida, la ciencia no hace más que encontrarse con sus propios límites, demostrando que hay un punto en el que la materia deja de ser explicable por medios puramente humanos.

Intentar recrear vida humana desde la nada no solo es una tarea imposible en términos científicos, sino que también sería un intento de invadir un terreno que no pertenece a los seres humanos. Esta prerrogativa está reservada exclusivamente a Dios, quien, en su sabiduría infinita, diseñó un mundo en el cual la vida tiene un significado mucho más profundo que el que cualquier experimento de laboratorio pueda capturar.

En última instancia, la imposibilidad de recrear la vida humana no se debe únicamente a los límites de la técnica o la ciencia, sino a la naturaleza misma de la vida como un atributo divino. La vida no es un fenómeno que pueda ser reducido a ecuaciones o ensamblajes materiales; es un acto creativo, un don que proviene de Dios, el único ser con la capacidad de dar origen a lo vivo.

La ciencia, con toda su grandeza, se convierte en un testimonio de la obra divina, recordándonos que los seres humanos somos participantes en la creación, pero no sus autores. Reconocer esta verdad nos invita a valorar el don de la vida, a respetar los límites de nuestras capacidades y a contemplar con humildad el misterio que nos trasciende: el misterio del Creador y su obra. Solo en Dios reside la capacidad de crear vida, y solo en su sabiduría encontramos el propósito de nuestra existencia.

En conclusión, el cuerpo humano es, sin duda, el avance tecnológico más impresionante de la historia, una obra maestra de ingeniería biológica que supera cualquier tecnología creada por el hombre. Su precisión, eficiencia y capacidad de autorregulación desafían cualquier intento de replicación artificial. Ninguna máquina, por avanzada que sea, puede igualar la complejidad de un organismo que opera con 37 billones de células, un cerebro capaz de procesar 60,000 pensamientos diarios y un sistema circulatorio con 42 mil millones de vasos sanguíneos en perfecta sincronía.

A pesar de los avances científicos en biotecnología e inteligencia artificial, no existe tecnología capaz de crear desde cero un organismo tan sofisticado y funcional como el cuerpo humano. Cada órgano, cada célula y cada sistema trabajan en una armonía que solo puede ser el resultado de un diseño superior. La capacidad del cuerpo para respirar, bombear sangre, regenerarse y adaptarse de manera autónoma demuestra que no es producto del azar, sino de un orden meticuloso que trasciende la comprensión humana.

Ante tal perfección, la única conclusión lógica es que hay un Dios de orden, cuya sabiduría e inteligencia se reflejan en cada aspecto del ser humano. La vida no es un accidente biológico, sino una manifestación de una mente creadora que diseñó con propósito cada detalle de nuestra existencia.

El ser humano, en su totalidad, es un testimonio vivo de la asombrosa obra del Creador, un milagro que trasciende el entendimiento humano y desafía nuestras capacidades de imitación.

POR: Andrés Felipe Giraldo Cadavid / RL. METREDH

Alberts, B., Johnson, A., Lewis, J., Raff, M., Roberts, K., & Walter, P. (2015). Molecular Biology of the Cell (6th ed.). Garland Science.

Marieb, E. N., & Hoehn, K. (2019). Human Anatomy & Physiology (11th ed.). Pearson.

La Biblia. Libro Génesis.

Behe, M. J. (1996). Darwin’s Black Box: The Biochemical Challenge to Evolution. Free Press.

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